Comenzó su expedición como el número once de los once pilotos bolivianos, pero en el día seis de la competencia más famosa y exigente del mundo, se convirtió en el uno.
Danny Nogales pasó de ser un desconocido para la mayoría de los bolivianos, a convertirse en un motivo de orgullo nacional, encarnando el papel del sacrificio.
La humildad, la persistencia y el no desmayar ante un sueño fueron las únicas armas que Nogales llevó desde el municipio de su residencia en Vinto, a unos 16 kilómetros de la ciudad de Cochabamba, hasta el Rally Dakar 2016, sus más de 9 mil kilómetros de recorrido y ante el mundo que lo conoció esa tarde de jueves, cuando subió al podio de llegada en Uyuni y rompió en llanto frente a miles de espectadores y todo un país que lo veía por la televisión.
Entonces, nadie sabía que este humilde corredor nacional que solo quería estar entre los gigantes, había pagado un alto precio por hacerlo. Es su propio mecánico, su asistente, su mochilero. Y tras caer de su moto en la ruta ese mismo día lesionándose el hombro derecho, la rodilla izquierda, romper su chaqueta y abollar su casco, tuvo que ser también médico, sastre y psicólogo para poder seguir.
Al principio ni los periodistas le creyeron que competiría, pero hoy lo esperan en la meta.
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lunes, 11 de enero de 2016
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